lunes, 22 de diciembre de 2008

Comunidad de aprendizaje y entorno social

En los centros educativos encontramos, además de a los discentes y sus familias, a los docentes. Los docentes conforman aquel colectivo en el que la sociedad delega la educación de sus jóvenes en su faceta formal o, si se prefiere, profesional. Los docentes son los especialistas, los profesionales de la educación.

Sin embargo, todos estamos familiarizados con un uso del término “educación” que excede la actividad de profesores y maestros. Sabemos que padres y madres educan, decimos (casi siempre peyorativamente) que la televisión educa y reconocemos que la vida es una gran escuela de la que obtenemos grandes aprendizajes. Todos percibimos intuitivamente la fuerza educativa del ambiente. Visitar una playa, un monte, una piscina, una fábrica, un museo, un estadio, unas ruinas, un barrio, un comercio, una institución… de todo podemos extraer aprendizajes, tanto en conocimientos como en valores. Reconocer capacidad formativa al entorno de la escuela supone ampliar el concepto de comunidad de aprendizaje, incorporar al mismo a ciudadanos que, sin ser específicamente docentes, poseen una indiscutible capacidad educativa en función de su profesión, de su rol social o de su condición personal.

¿Aprovecha la organización de centros actual la capacidad educativa del entorno del centro? Mucho me temo que si lo hace es en una medida menor a la que sería posible. Apuntábamos que el término “comunidad educativa” se vincula, en su uso espontáneo, al centro educativo. De ello inferimos que los esquemas organizativos vigentes sólo reconocen como educadores a personas directamente vinculadas a los centros. Es cierto que se suelen contemplar salidas culturales, viajes escolares, excursiones, actividades a desarrollar más allá del recinto escolar. Pero no es menos cierto que, al menos desde mi experiencia, estas actividades suelen ser escasas, aisladas, estar poco sistematizadas y convertirse en acciones rutinarias cuya potencialidad educativa permanece, en buena medida, desaprovechada.

La responsabilidad en la apertura de un centro a su entorno y en la incorporación de sus ciudadanos a la comunidad educativa es, en gran medida, de los propios centros. El modelo organizativo diseñado por la Administración educativa tan sólo debe permitirlo, facilitarlo o quizá incluso promoverlo. Pero es en los centros donde mejor se conocen las oportunidades que ofrece el entorno social del centro educativo y es a ellos a quien debe corresponder la iniciativa a este respecto. Desarrollar proyectos en esta línea puede tener costes económicos, pero supone ante todo un esfuerzo de planificación, un trabajo extra que obliga a pensar, organizar, conciliar disciplinas, administrar recursos, secuenciar actividades, incorporar nuevas formas de evaluación, etc. La exigencia es alta, muy alta si se compara con las facilidades que ofrece la actividad docente circunscrita al aula. No obstante, con el tiempo van surgiendo iniciativas cuyo eco social sirve, en buena medida, para poner en cuestión los modelos organizativos menos arriesgados. En la red podemos encontrar proyectos como el del C.P. “Nuestra Señora del Consuelo” de Logrosán o el Colegio Bergamín de Málaga, iniciativas que muestran esquemas de organización a los que subyace una idea distinta de lo que es una comunidad de aprendizaje.

Imagen: Eduardo Urdangaray

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