
Ahora bien, cabe que nos cuestionemos qué tipo de comunidad de aprendizaje tienden a construir aun dentro del grupo-escuela los modelos organizativos más habituales en la actualidad. Y ello porque, aunque en ocasiones puntuales el conjunto de los colectivos mencionados actúe de manera conjunta y coordinada (generalmente, con ánimo reivindicativo y como respuesta frente a situaciones conflictivas), lo más frecuente es la fragmentación en subgrupos, de manera que se da una notable asimetría en las relaciones entre miembros de un mismo grupo-escuela.
De acuerdo con mi experiencia, el modelo organizativo más extendido en nuestro entorno próximo tiende a generar un núcleo de relaciones dentro del grupo-curso y, especialmente, dentro del grupo-aula. Los vínculos entre equipos educativos y familias de un mismo curso y de una misma sección dentro de cada curso son abundantes y sólidos. Sin embargo, no parece haber sido una preocupación de quien ha establecido dicho esquema organizativo el establecer vínculos entre cursos, mucho menos si pertenecen a etapas distintas. La propia organización física de los centros educativos respalda este modelo, de modo que las paredes de las aulas se utilizan para dividir y mantener separados grupos que parecen sometidos a destinos diferentes, por más que participen de un mismo proceso. Las aulas se organizan en pasillos, generalmente organizados por cursos. Se privilegia el contacto directo de los alumnos (y por extensión, de sus padres y profesores) con los miembros de su mismo micro-grupo (curso-sección) en la misma medida en que se les separa de los restantes.
Aunque parezca más fruto de una inercia y una desatención que de una intención explícita por parte de los responsables de la organización de centros educativos, la tendencia a compartimentar grupos dentro de un mismo centro es un hecho evidente cuyo sentido podemos y debemos cuestionarnos.
Imagen: Mario Rojas
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